Quince años hemos tenido que esperar para que los principales líderes políticos de nuestro país se vean las caras y debatan ante todo el electorado. Los espectadores pudimos ver, en el partido de ida, un debate insulso, un cara a cara falto de propuestas electorales que, lejos de convencer al público más indeciso, consiguió liarlo más -si cabía-. Los reproches fueron los protagonistas de la noche; las sonrisas sarcásticas y la palabra “mentira” fueron los actores secundarios y las propuestas e ideas quedaron en el olvido.
Puede que los consejeros y organizadores del debate enfocaran este primer “duelo” como un resumen o conclusión de las anteriores legislaturas porque, tras la “decepción” del público, en el partido de vuelta, el segundo debate entre José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, aun haciendo bastante uso de la palabra “mentira” y continuando con los clásicos reproches, pudimos advertir alguna propuesta, algún proyecto y alguna idea para conseguir “una España más digna”.
Los españoles lo tienen claro: importa el paro, importa la economía, importa la inmigración e importa el terrorismo. Los políticos se hacen eco de ello y ambos líderes luchan entre la rebaja de impuestos, la creación de puestos de trabajo, la legalización de los inmigrantes y la negociación con los terroristas. Todo vale, ¿quién da más?
Tras los debates, los distintos sondeos daban por ganador a uno o a otro, ambos se vieron vencedores, los simpatizantes de cada uno de los partidos veneraron a su ídolo tras la ardua lidia y los indecisos, después de escuchar hablar al socialista y al popular, se dan cuenta de que “se han quedado igual que estaban”. Entre el público domina la palabra “decepción” y argumentos como “el que gane, que lo haga bien”. Se percibe un desencanto creciente de la sociedad respecto a la política, la falta de acuerdos, las continuas disputas, los reproches, los insultos y la demagogia han llevado a aburrir al público. A tan sólo unos días de la decisión final, la estancia en la Moncloa dependerá de aquel que consiga convencer mediante sus últimas palabras a los desencantados.
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