Celosos de su intimidad, tímidos por naturaleza y salvajes
por formación. Generosos, con miradas penetrantes, con inmensa paz interior y
tan dispuestos a dar como a conocer todo lo que hay detrás de las acacias del
Mara.
Las sonrisas amables del primer día se convirtieron en
lágrimas de dolor y vacío el último día, cuando todos los momentos se quedaron
en recuerdos alrededor de la hoguera.
Mónica, Raquel, Margo y Cristina pasaron a ser Naserien,
Namunyak, Namelok y Nashipai, la adaptación, la fortuna, la dulzura y la
felicidad en cuatro blancas que fueron maasais durante dos semanas, y fueron
felices.
Compartimos, vivimos y fluimos. Cantar melodías
impronunciables, ir a dormir con los sonidos de los babuinos, las cebras y las
hienas y despertar entre pájaros con la voz de Manchau o Saitoti. Kejaa
enkakenya que seguíamos con un Enkakenya sidai. Porque así estábamos, sidai
oleng, kesepa, hasta el Enkaarie Sidai y mañana más.
Madrugar importaba entre cero y nada, porque despertarte
para ver amanecer entre elefantes era genial, pero compartirlo con cualquiera
de los ocho guerreros que nos acompañaban, era espectacular.
Ir al mercado a comprar fruta, ver negociar con vacas y
cabras, tomar una ‘soda’ en un bar improvisado en un poblado, merendar chappati
y té en la manyatta con las mujeres, pulsos chinos con guerreros, sortearnos
vacas, intercambiar pertenencias, mirarnos y entendernos, reírnos sin hablarnos
y abrazarnos para sentirnos.
Me quedo con el cariño de William, con la fortaleza de Ntimama,
con la sonrisa de John, las palabras de Alex, la complicidad de Sam, la mirada
de Manchau, la picardía de Peter y los juegos de Francis. Da igual el idioma y
da igual la cultura, porque la amistad no entiende de minucias.
El corro de la patata, en maasai, es mejor, y mucho más si lo
dirige el pequeño Dominique, o Kuntai, nuestro Manolete de 3 años con la sonrisa
más bonita de la galaxia, que se pronunciaba cuando jugábamos a cazar a la
luna, que se escondía en nuestros bolsillos en forma de linterna.
Ahora nos queda el recuerdo, las llamadas telefónicas
esporádicas y todos los planes de futuro, porque tenemos que volver para recordarles
nuestros bailes y canciones y para no olvidar que hay un paraíso llamado Maasai
Mara donde aprendimos a vivir con plenitud.
Guau!!! Eso es lo primero que se me ocurre al terminar de leer. Tiene que haber sido una experiencia inolvidable y gratificante. Te espero en la biblio para que nos cuentes, jejejeje. Muchos besitos. Tere
Unknown
6 de noviembre de 2013, 12:56